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Centro de Historia Intelectual
Reseñas
Carolina Martínez,
Mundos perfectos y extraños en los confines del Orbis Terrarum. Utopía y expansión ultramarina en la modernidad temprana (siglos xvi-xviii),
Buenos Aires, Miño y Dávila Editores, 2019, 299 páginas
Desde el año 2001, la editorial Miño y
Dávila alberga en su catálogo una importante serie titulada “Historia
Antigua-Moderna” en la colección “Ideas en Debate” que ha ganado un lugar de
privilegio en el panorama editorial del campo académico argentino, no solo por
su permanencia, sino, especialmente, por sus temáticas y la procedencia de sus
autores. La serie dirigida por José Emilio Burucúa ha decidido recuperar, en
efecto, una historia europea escrita por historiadores argentinos, sentando de
tal modo un tipo
de tradición historiográfica propia y muy poco frecuente en el país.
Pese a la sencillez de su nombre, la serie siempre ha estado lejos de celebrar cualquier artificio de periodización. Por el contrario, si algo parece definir la elección de sus títulos ha sido, precisamente, su intención por exceder los habituales encuadres temporales, geográficos o metodológicos para ofrecerle al público objetos históricos originales o poco abordados, sin aparatos críticos arrasados y reconstruidos bajo el signo de una historia cultural que transige con la historia intelectual y, en ocasiones, con la historia conceptual: mientras la primera acude al encuentro de las prácticas sociales y la materialidad de los impresos, recibe de la segunda un acento sobre la historicidad del contexto político sin dejarse provocar por los excesos del giro lingüístico y apelando, eventualmente, a una filiación koselleckiana como antídoto frente a cualquier afán de sincronía extrema.
Y tales son los contornos que traza Carolina Martínez para su bella historia de las utopías, sobre todo francesas, entre los siglos xvi y xviii. Se trata de un trabajo cuya línea de investigación tiene su origen en el proyecto historiográfico que fundó y legó Rogelio Paredes (1962-2014) en el marco de las numerosas investigaciones radicadas en el Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, continuidad que, desde el año 2015, se ha consolidado con los workshops bienales que se rinden en su homenaje y que han hecho de la literatura de viajes en la Europa moderna un objeto interdisciplinario de singular desarrollo en la comunidad científica.
Con una prosa elegante y una erudición digna de los mejores modernistes, la obra de Martínez está organizada de tal modo que ninguno de los dispositivos que articulan el objeto “utopía” quede fuera. Tal es así que, en una primera instancia, la investigación en su conjunto podría definirse como la exploración asidua de una polisemia y no solo a partir de su genealogía conceptual, sino a raíz de las múltiples escotillas que propone la autora para indagar un fenómeno que, como lo demuestra en toda su obra, ha sido mucho más que un simple género literario.
El edificio de Mundos perfectos y extraños… se erige, esencialmente, sobre cuatro grandes pilares que confluyeron en la idea de utopía y a cada uno de los cuales la autora le consagra un capítulo diferente (del ii al v): un pilar literario (el desarrollo del género utópico en Francia durante los siglos xvi y xvii), otro de carácter político-religioso (el escenario de las Guerras de Religión como aquella planicie sobre la cual las utopías lucharon como una empuñadura más junto a las armas de fuego), otro de sesgo etnográfico (la producción de alteridad que fabricaron las utopías bajo la forma de relato de viaje) y, finalmente, un último pilar de signo geográfico (la intervención de la utopía en la expansión ultramarina europea como bitácora de una tierra incógnita cuyo derrotero, al fin y al cabo, no era más que la proyección de la propia). Lo interesante de esta arquitectura no solo reside en la elección de estas cuatro variables de análisis, sino en el modo en que Martínez las distribuye como hilo argumental a lo largo de todo el trabajo puesto que, si bien estos cuatro capítulos toman esos pilares como puntos de partida, el contenido de los restantes puede irrumpir en cualquier tramo del relato y agitar los límites de la certeza inicial.
Como emulando la etimología del término utopía
(optemos, más allá de las discusiones, por “no lugar”), tal es el ritmo de
lectura que se anuncia desde el capítulo que antecede a aquellos cuatro, el
primero, y que también se encuentra en el apéndice final que sirve de corolario
para la obra. En este primer capítulo, la autora nos propone una exploración
preparatoria por todas las aristas posibles del “artefacto” Utopía de
Tomás Moro (1516) en un intento por deconstruirlas a la luz de las tradiciones
de su propia época, sopesar el influjo de los clásicos y, en definitiva, situar
la obra en su marco histórico de producción y circulación material. De allí que
las referencias a Quentin Skinner hacia el final del capítulo no solo funcionen
como contrapunto historiográfico, sino también como instrumento metodológico
para una historia intelectual que busca descubrir la fuerza ilocutiva de las
intenciones en acto de la obra moreana sin que ello suponga un inmovilismo
sincrónico que la sustraiga de su trascendencia política más allá de los
límites que le impone su contexto
de origen.
Precisamente, el apéndice con el que Martínez cierra la obra se quiere una sutil respuesta a esas premisas. Se trata de un ensayo que, en un efecto de circularidad, vuelve a tomar la obra de Tomás Moro, pero para objetivarla plenamente y discurrirla como artefacto inestable a través de sus múltiples usos. Este apéndice funciona, en realidad, como un tríptico: en primer lugar, la autora indaga el impacto social, político y literario de la utopía desde el siglo xviii hasta el siglo xx, luego propone una estimulante confrontación teórica entre el contextualismo de la historia intelectual y la perspectiva diacrónica de la historia conceptual para, finalmente, sellar el derrotero con las contribuciones de una historia cultural bajo la cual Martínez inscribe el conjunto de su obra.
Sin embargo, lo cierto es que, en términos de discusión teórica, la autora recupera un costado, por así decirlo, mayormente canónico y general para el cual acude a historiadores que, si bien han trabajado el relato utópico, no lo han convertido en su núcleo fuerte de investigación o solo lo han hecho de un modo transversal. En este sentido, tal vez hubiera resultado más útil darle presencia a discusiones que proviniesen de publicaciones más especializadas como, por ejemplo, la Utopian Studies, a especialistas menos célebres, pero más comprometidos con la historicidad del género como Gregory Claeys o servirse un poco más de la obra de Louis Marin como lo hizo con esas interesantes líneas de discusión epistemológica que Martínez abrió con Anthony Pagden, Michel Racault o Frank Lestringant.
En todo caso, más allá de estas decisiones, lo que realmente convierte a Mundos perfectos y extraños… en una obra particularmente valiosa es la notable pericia de Martínez en la instrumentación de un aparato heurístico compuesto por una serie importante de relatos utópicos en lengua francesa cuya gran mayoría corresponde a ediciones princeps de los siglos xvii y xviii, obras que ha consultado y parcialmente traducido para esta investigación. Así pues, el lector tendrá la oportunidad de encontrarse por primera vez en castellano con la Histoire du grand et admirable Royaume d’Antangil escrita –posiblemente– por el hugonote Jean de Moncy (1616), con La Terre Australe Connue, de Gabriel Foigny (1676), con la Histoire des Sévarambes, de Denis Veiras (1677), con la Histoire de Calejava, de Claude Gilbert (1700) y con los Voyages et Avantures de Jacques Massé, de Simon Tyssot de Patot (1714-1717). Estos son los verdaderos protagonistas de la obra y quienes la transitan por todos los entresijos del edificio construido por la autora; no solo como meros objetos literarios, sino como instrumentos de disenso religioso, como espejos de los relatos de viaje, como fábricas de alteridades o como recreaciones cartográficas de un espacio imaginado que trasunta como brújula. Y a ello se suma, por un lado, un trabajo de traducción francamente impecable que ha exigido un notable esfuerzo de reposición semántica para obras que solo cuentan con primeras ediciones en una lengua francesa nada evidente, propia del siglo xvii. Por otro lado, cabe señalar que la investigación que ha emprendido Martínez conserva ese gusto clásico por el documento de archivo, la observación aguda de los contextos, la precisión en los matices filológicos y el asalto con las armas del asombro, elementos que nunca pierde de vista y en virtud de los cuales, afortunadamente, aleja su trabajo de cualquier oportuno rótulo en boga por lo global. La historiadora prefiere navegar por aguas tranquilas, anclar en puertos más seguros y ofrecer una de esas obras que perduran en la memoria del lector y permiten comprender la densa complejidad de una sociedad que ya no es la nuestra.
Andrés G. Freijomil
Universidad Nacional de General Sarmiento