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Centro de Historia Intelectual
Reseñas
José Luis de Diego,
Los autores no escriben libros. Nuevos aportes a la historia de la edición,
Buenos Aires, Ampersand, 2019, 242 páginas
En el año 2015, la editorial Ampersand publicó en su Colección Scripta Manent La otra cara de Jano. Una mirada crítica sobre el libro y la edición, de José Luis de Diego. Se trataba de una recopilación de once ensayos articulados temáticamente que abordaban la historia del libro y la edición desde diferentes perspectivas. Las versiones originales de estos ensayos habían sido difundidas en conferencias, comunicaciones en congresos, contribuciones para revistas académicas o volúmenes colectivos, modificadas especialmente para el libro.
Producto de la misma fórmula, se acaba de dar a conocer en la misma colección un nuevo título del autor: Los autores no escriben libros. Nuevos aportes a la historia de la edición. Se trata, esta vez, de seis trabajos recopilados.
En cuanto a los contenidos, los ensayos de este nuevo libro retoman algunos de los temas del anterior: la construcción de las redes latinoamericanas de editores, los estudios de caso que contemplan políticas editoriales reflejadas en los catálogos, las consecuencias de los procesos de concentración editorial de los últimos treinta años y el impacto de la globalización en la industria del libro. Pero también incluyen temas nuevos: una formidable reflexión teórica y metodológica sobre los estudios del libro y la edición en América Latina y un estudio literario sobre la ficcionalización de la figura del editor en un conjunto de novelas modernas que va desde Las ilusiones perdidas, de Balzac, hasta Dublinesca, de Vila-Matas.
La versión original del primero de los
trabajos, “Editores, políticas editoriales y otros dilemas metodológicos”, fue
una conferencia leída en un encuentro académico en la Universidad de Alcalá,
concebido como un espacio de reflexión teórica y metodológica sobre los modos
de hacer historia del libro. En él, De Diego aborda algunos de los problemas a
los que se enfrenta nuestro campo de estudios: la distinción entre libro,
edición y lectura; las limitaciones de perspectivas centradas en una escala
nacional; los solapamientos entre campos disciplinarios diferentes; el carácter
complejo de un objeto como el libro, que es a su vez mercancía y significación.
Para De Diego, escribir es razonar. Y su estilo nunca pierde el saludable
equilibrio entre la dimensión abstracta del razonamiento y la dimensión
concreta de su objeto de análisis. De modo que para explicar la tensión teórica
entre capital simbólico y capital económico baja al mundo de las cosas
concretas y recurre al ejemplo que le ofrecen algunos de nuestros más notables
editores, que actuaron impulsados por motivaciones culturales y comerciales al
mismo tiempo. Este es el caso, sostiene De Diego, de los herederos de Pedro
García, que vendieron El Ateneo al Grupo Ilhsa y con el dinero de esa venta
Adriana Hidalgo, nieta de Pedro García, fundó en 1999 una editorial
independiente. “En este caso, podríamos decir –afirma De Diego– que para no
perder el prestigio acumulado en una trayectoria de muchos años, la familia
vendió El Ateneo, y con el dinero de esa venta recicló su capital
simbólico en otro lugar y con otro nombre, como si se reconocieran herederos de
una tradición que en los noventa solo podía manifestarse plenamente en el
espacio de
la producción independiente” (p. 30).
En “Redes intelectuales y proyectos editoriales en América Latina”, retoma un asunto del libro anterior bajo una perspectiva teórica y metodológica que fue revisada y reformulada. Si en La otra cara de Jano el ensayo que abría el volumen, titulado “Editores y políticas editoriales en América Latina”, postulaba la necesidad de superar las barreras nacionales al afirmar que los estudios sobre la historia de la edición debían construir sus objetos en el espacio internacional de la lengua española, ahora el propósito es diversificar el enfoque incluyendo el concepto de redes intelectuales. Por lo tanto, cobra interés analizar el protagonismo de ciertos emprendimientos editoriales en la difusión y consolidación de idearios americanistas desde una perspectiva novedosa, que no ve en la empresa editorial el instrumento de difusión de esas doctrinas, sino que toma en consideración “las políticas comerciales de expansión americanista de los sellos más influyentes”. En este sentido, las redes que construyen los editores en América Latina son intelectuales, pero también políticas y comerciales. Esta perspectiva, sostiene De Diego, permite “no solo considerar el americanismo como un conjunto de ideas sino también como una operación que incluye el impacto cultural y la proyección comercial de determinados catálogos en nuestro continente” (p. 55). De este modo, cuando considera el caso del Fondo de Cultura Económica de México, no se detiene en los contenidos americanistas que dejan traslucir los títulos de los catálogos de las colecciones Biblioteca Americana y Tierra Firme, sino que hace hincapié en las políticas de expansión comercial de la empresa a través de la apertura de sucursales en Sudamérica y en España y en las batallas ideológicas emprendidas por su primer director, Daniel Cosío Villegas, ante las medidas proteccionistas del Estado franquista español, que beneficiaban a su industria editorial y colocaban en una situación de desventaja a los editores latinoamericanos. Asimismo, cuando observa en el catálogo de Sudamericana una tendencia a partir de la década de 1950 a incorporar autores argentinos y latinoamericanos, prácticamente ausentes en el catálogo de 1945, conjetura que “a medida que se iban perdiendo mercados externos por la creciente recuperación de la industria editorial española, algunos sellos, y en especial Sudamericana, empezaron a apuntar al mercado interno como estrategia de supervivencia”. Y concluye que “si el americanismo fue, para los treinta, una opción ideológica, este nuevo americanismo de los cincuenta es más bien una alternativa comercial” (p. 65).
“Un catálogo para Santiago Rueda” es el ensayo más extenso del volumen. La mera elección del objeto ya es un hallazgo, aunque la modestia de De Diego se lo haya atribuido a Ricardo Piglia, quien le habría recomendado estudiar a este editor. La importancia de Santiago Rueda reside en su carácter excepcional. De origen familiar peninsular, no edita autores españoles, ni del bando republicano ni del otro; no obstante estar situado en el polo comercial del espacio editorial, incluye en su catálogo algunos logros de altísimo valor cultural como la primera traducción al castellano del Ulises de Joyce, la versión completa de En busca del tiempo perdido de Proust y las Obras completas de Freud, entre otros títulos. El hecho de abordar a un editor atípico le permite a De Diego desmantelar algunos lugares comunes de la historia editorial, como la división tajante entre valor comercial y valor literario o la presunción de un patrón único para pensar la expansión del campo editorial argentino en la década de 1940. Luego de sintetizar la trayectoria profesional del editor y subrayar sus vínculos con la editorial y librería El Ateneo, De Diego se concentra en la exhaustiva reconstrucción del catálogo y a partir de su análisis ofrece algunas precisiones sobre las políticas editoriales de la empresa. El trabajo con el catálogo es impecable. Por un lado, aparece reconstruido casi en su totalidad con 270 títulos, ordenados por autor e indicando año de edición y traductor si lo hubiere. Por otro lado, el análisis del catálogo, riguroso, creativo, exhaustivo, ofrece un claro panorama del impacto cultural que tuvo esa editorial en la segunda posguerra del siglo xx.
El siguiente trabajo, “La edición de literatura en Argentina a fines de los sesenta”, es un recorrido por la edición literaria de los sellos argentinos más destacados de esos años –Sudamericana, Losada, Emecé, Centro Editor de América Latina, Jorge Álvarez, entre otros–, donde De Diego combina el análisis de indicadores cuantitativos, como títulos por año, promedio de tiradas, cantidad de ejemplares producidos, porcentajes de exportación, con una lectura detallada de los títulos de autores argentinos y latinoamericanos publicados por cada uno de esos sellos y postula la siguiente hipótesis: desde los primeros años de la década de 1960 y hasta el año 1974 fue notorio el crecimiento del sector editorial en la Argentina. A diferencia de la “época de oro”, cuando la mayor parte de la producción estaba destinada a la exportación, el renovado auge de ese sector estuvo impulsado por el mercado interno, un nuevo público lector que había cambiado de composición y, por lo tanto, de gusto, y comenzaba a inclinarse por autores argentinos y latinoamericanos. A través de la lectura de los catálogos, De Diego distingue las políticas editoriales de los diferentes sellos para explicar la suerte diversa que tuvieron las empresas ante los nuevos tiempos. Este estudio de caso es un notable ejemplo de rigor metodológico, en la medida en que recurre a una lectura equilibrada y precisa tanto de datos cuantitativos como cualitativos para sintetizar procesos comerciales y a su vez culturales en una misma interpretación.
El último ensayo del volumen se titula “La literatura y el mercado editorial”, una crónica de las transformaciones del mercado editorial en la Argentina en los últimos treinta años: el proceso de concentración editorial en unas pocas empresas; los cambios tecnológicos en la fabricación del libro; la emergencia de pequeñas editoriales; la consolidación de una nueva figura de editor, más vinculada con el mundo financiero que con el mundo cultural; la intermediación de agentes y representantes; las mutaciones de los espacios de venta.
Dado que la primera versión de este ensayo fue una colaboración para el tomo 12 de la Historia Crítica de la Literatura Argentina dirigida por Noé Jitirk, el eje del trabajo indaga sobre todo el impacto sobre la producción literaria de las transformaciones del mercado editorial. El estudio aparece dominado por el proceso de concentración editorial en unos pocos grupos multinacionales a partir de los años noventa. Con una precisa reseña de las fusiones y las compras de los grandes grupos editoriales De Diego desmiente un lugar común repetido en la Argentina: el mercado del libro en español es controlado por los españoles.
También desmiente otra verdad repetida hasta el cansancio: la concentración editorial y las políticas editoriales dominadas por criterios financieros atentan contra la innovación literaria. Lo que observa De Diego es que el proceso de concentración dio lugar a la proliferación de pequeñas editoriales, que funcionan en una escala mucho más reducida, que no sufren el acoso de las grandes casas editoras y que se han dedicado a la promoción de nuevos valores literarios.
Un rasgo característico y diferencial del trabajo crítico de José Luis de Diego es la notable capacidad para desmontar de una manera simple y contundente afirmaciones que, pese a su escaso fundamento empírico, dominan un campo de estudios a fuerza de repetirse.
Es indiscutible la gravitación que ejerce la producción intelectual de José Luis de Diego dentro de los estudios sobre la historia del libro y la edición en nuestro país. Si Editores y políticas editoriales en Argentina (2006) fue el punto de partida de la articulación de la producción académica en ese campo y La otra cara de Jano (2015) la evidencia de su consolidación, estos nuevos aportes a la historia de la edición representan un balance y una proyección que orientan el rumbo de la disciplina.
Fabio Esposito
idihcs-Universidad Nacional de La Plata / conicet