Volver a Prismas, vol. 24, núm. 1, 2020

   Centro de Historia Intelectual 

 

 Reseñas

 

Claudio Lomnitz,

Nuestra América. Utopía y persistencia de una familia judía,

México, Fondo de Cultura Económica, 2018, 336 páginas

Historiador y antropólogo cuya producción variada y original siempre ilumina el objeto sobre el cual ha escogido trabajar, Claudio Lomnitz ha hecho un nuevo, y fundamental, aporte a la historia intelectual y cultural latinoamericana al publicar Nuestra América. Utopía y persistencia de una familia judía. Habitado por la precisión en el uso de las fuentes que es marca de todos sus libros, Nuestra América presenta la particularidad de ser también un libro muy personal, ya que el objeto de estudio que ofrece el hilo conductor a su intuitiva y siempre bien delineada indagación histórica es su propia familia, cuya trayectoria aborda desde comienzos del siglo xx en una pequeña aldea en la frontera entre Rumania y Ucrania, hasta los años 1960 y ‘70, con un colofón íntimo y emotivo que sitúa la perspectiva del historiador en el presente, al pasar del registro de la historia al de la memoria personal, imbuida –como toda memoria– de afectos, melancolía y entusiasmo. Esa última sección del libro, en la cual el historiador se convierte en objeto de su propio relato, modifica su sentido general, y lo convierte en algo más que un puro ejercicio académico de historia cultural e intelectual. Hace de él un ensayo de interpretación de la realidad latinoamericana, dentro de cuyos desbordantes anaqueles se presenta ocupando ya el lugar de un clásico.

Dividido en cinco partes y profusamente ilustrado –las fotografías son en sí mismas un testimonio histórico de extraordinario valor dentro de este trabajo– Nuestra América sigue en detalle la historia de dos familias, los Milstein y los Adler –los abuelos maternos del autor–, en su difícil, complejo, periplo desde ese continente en llamas que era Europa en la primera mitad del siglo xx hacia este otro continente, que si bien era apenas más pacífico que aquel, era por lo menos más acogedor –salvo en momentos de crispación política– para los extranjeros en su seno: la diferencia que emerge claramente entre una situación y otra, a través de la minuciosa reconstrucción histórica realizada por Claudio Lomnitz –atenta siempre al detalle iluminador y a la excepción que obliga a matizar el argumento– es que en países como los principados rumanos transformados en Reino de Rumania, donde las familias judías eran nativas –desde decenas de siglos atrás–, ellas nunca alcanzarían a ser ciudadanas de pleno derecho, mientras que en este nuevo mundo donde llegaban como auténticamente extranjeras, podrían a pesar de ello convertirse en compatriotas de los nativos (aun cuando aquí también hubo graves episodios de antisemitismo) y participar activamente de proyectos liminares para la construcción de una identidad americana, como aquel animado por José Carlos Mariátegui y su revista Amauta. Como el argumento que desarrolla posee muchos niveles y dimensiones, cualquier esfuerzo por sintetizar el esquema básico de esta obra deberá, necesariamente, dejar afuera aspectos fundamentales. En la lectura que aquí proponemos, realizada desde la perspectiva de la historia intelectual, la estructura del libro se puede esbozar articulada en torno a dos polos: uno, centrado en la experiencia cultural, social e intelectual de las comunidades judías en el Viejo Mundo (en este caso, Rumania y Ucrania) y otro, centrado en la experiencia paralela pero distinta de intelectuales, comerciantes y empresarios judíos en el Nuevo Mundo (fundamentalmente Perú y Colombia –con referencias a Chile, México y los Estados Unidos–). Como eslabón entre esos dos polos se coloca el momento Mariátegui –bisagra que imprime uno de sus sentidos fundamentales al libro–, cuya figura aparece iluminada ahora desde una perspectiva que no ha sido la más común entre los centenares de estudios dedicados a explorar el pensamiento del intelectual peruano, la de su relación con la cultura judía. A lo largo de esa estructura polar, se explora también, en clave de historia cultural e intelectual: la relación entre lo cosmopolita y lo nacional; el antisemitismo en Europa y en América Latina –tema previamente estudiado magistralmente por este autor para el caso de México, en El antisemitismo y la ideología de la Revolución Mexicana (fce, 2010)–; las especificidades de la experiencia judía en el marco de países donde la población judía era de escaso peso demográfico –como Perú y Colombia en los años 1920 a 1950–; los modos complejos en que se relacionaban proyectos indigenistas y hebraístas en el período de entreguerras, entre otros muchos tópicos.

El núcleo central de Nuestra América –que contiene los análisis que de modo más directo pueden interesar a especialistas en la historia intelectual latinoamericana– se concentra en dos personajes
–Miguel “Misha” Adler y Lisa Noemí Milstein– y su encuentro definitorio con José Carlos Mariátegui y el grupo de Amauta en Lima, episodio deslumbrante que marcó la formación intelectual de ambos, además de incidir de modo decisivo en su experiencia de vida. La historia intelectual de Miguel Adler anterior a su llegada al Perú había estado marcada por la efervescencia cultural que el sionismo, con su proyecto de recuperación del hebreo como lengua viva para uso cotidiano, venía impulsando desde fines del siglo xix en el interior de las comunidades judías del este europeo, y por su participación en el movimiento de la Hashomer Hatzair con sus elementos socialistas y su ideología de cultivo del cuerpo en contacto con la naturaleza, formación que pudo completar recién luego de su arribo al Perú en la Universidad Nacional de San Marcos, donde se graduó en filosofía, con una tesis sobre Marx. Su llegada a ese país, desde la lejana Besarabia, se había producido en función de un oficio específico: su condición sociolaboral de “kláper”. Vendedor puerta a puerta, especializado en comercialización a plazos, Claudio Lomnitz reconstruye la experiencia social y cultural de quienes, como Miguel Adler en los inicios de su vida adulta, ejercieron ese oficio, basándose para ello en la correspondencia familiar y en un texto olvidado (pero rico en sugerencias) de la literatura en yiddish, Gente en la Noria (Cuentos Bogotanos) del también “kláper”, y escritor, Salomón Brainski. Más joven que Miguel Adler, Noemí Milstein llegó niña con su familia al Perú, donde completó sus estudios secundarios y comenzó su carrera universitaria (que no pudo terminar debido, en su caso, a la persecución política de 1930). Ambos se conocerían en el marco de su participación dentro del grupo intelectual formado por Mariátegui en torno a su revista Amauta.

Un aporte fundamental de este libro consiste en la reinterpretación que ofrece de la figura intelectual de Mariátegui, analizado por fuera de los esquemas más comúnmente aplicados al estudio de su obra –el marxismo, el indigenismo, el nacionalismo peruano, el vanguardismo literario–. En la estela de Martín Bergel, Lomnitz enfatiza en cambio el cosmopolitismo como un elemento central en el proyecto intelectual de Mariátegui: un cosmopolitismo cuya particularidad consistió en su búsqueda de elementos de solapamiento entre lo nacional y lo cosmopolita, como también entre lo americano y lo universal, que, en vez de ser a priori antitéticos, se podían reforzar y resignificar mutuamente. Dentro de esa matriz intelectual, el cosmopolitismo cultural intrínseco a la experiencia nacional judía, observa Lomnitz, le resultaba a Mariátegui un elemento fundamental, un anclaje y un mirador, para su proyecto de interpretación de la realidad, no solo peruana ni americana, sino de la modernidad del siglo xx en la cual el proyecto de Amauta estaba inmersa. La relación entre Misha Adler y Noemí Milstein con el resto del grupo mariateguista, a partir de su incorporación al círculo de Amauta como traductores, y la relación que vía Adler se entabló entre la revista de este último, Repertorio Hebreo, y Mariátegui, ofrecen a Lomnitz un conjunto de elementos nunca antes analizados para realizar una descripción densa (en el sentido de Clifford Geertz) del hebraísmo cosmopolita del autor de los Siete ensayos y su funcionalidad dentro del proyecto intelectual más general que impulsaba –político, cultural, artístico, etnográfico, revolucionario–. Dos citas a Mariátegui, tomadas del artículo publicado en Repertorio Hebreo, condensan el sentido de ese hebraísmo: “El pueblo judío que yo amo no habla exclusivamente hebreo ni yiddish; es políglota, viajero, supranacional. A fuerza de identificarse con todas las razas, posee los sentimientos, los idiomas, y las artes de todas ellas. […] El internacionalismo no es como se imaginan muchos obtusos de derecha e izquierda la negación del nacionalismo, sino su superación” (p. 102). Una observación fundamental que aparece en esta sección del texto es que, si para Mariátegui el contacto con la cultura judía ofreció un posicionamiento a partir del cual refinar su propio pensamiento crítico –cuya originalidad trascendía los ismos que a veces interpelaba–, el contacto de Misha Adler y Noemí Milstein con Mariátegui les permitió a ellos –y, a través de ellos, a otros interlocutores que formaron parte de los soportes intelectuales que los acompañaron en sus esfuerzos por crear una revista cultural judía, en el Perú (y, más tarde, en Colombia)– repensar el proyecto de emancipación judía que en el umbral de los años 1930 los convocaba con tanta urgencia. A ello se sumaba un elemento más de la modernidad de Mariátegui, su feminismo en los hechos, ya que el texto subraya que, en el caso de Noemí Milstein, la centralidad dada a la participación de las mujeres intelectuales en Amauta y en los demás círculos de sociabilidad intelectual que su creador supo animar, sirvió para reforzar en ella el ideal paralelo de emancipación específica de la mujer.

La breve pero fecunda experiencia de Repertorio Hebreo aparece analizada como parte de esta exploración original del mundo cultural del “Amauta” Mariátegui y su grupo. Con más de un punto de contacto con la revista semejante fundada por Samuel Glusberg en Buenos Aires, Cuadernos de Oriente y Occidente (1926-1927), la revista de Adler resultó una empresa aun más difícil de realizar que aquella, debido a la diferencia en la densidad del mundo editorial peruano y argentino, y también a la escasez local de una masa crítica de escritores, pensadores y empresarios culturales judíos, en comparación con Buenos Aires. Claudio Lomnitz analiza con precisión el modo en que esta revista supo inscribirse dentro del campo intelectual peruano mientras al mismo tiempo interpelaba un universo cultural de alcance mucho más vasto, aquel de la “revolución en el mundo judío” (p. 120) y la rica tradición cultural que le ofrecía su trasfondo. Con mayor esfuerzo del que hubiera exigido una empresa paralela en Buenos Aires, buscó esta revista “la prolongación del diálogo con el grupo de Amauta, sólo que ahora en un espacio abocado a la cultura judía” (p. 121), lo cual implicó, dentro de una coincidencia general con el ideario mariateguiano, ciertas inflexiones matizadas, como su esfuerzo por demostrar que el sionismo y el comunismo no necesariamente eran excluyentes, y su defensa del proyecto de creación de un Estado judío, al que la experiencia adquirida por Adler en Rumania –que, después de la Revolución Rusa (y antes del Tercer Reich)
“se había convertido quizá en el peor país para los judíos de toda Europa”– demostraba revestir el aspecto de una tarea imperativa. Posiciones plurales en el interior de la constelación Amauta que la riqueza del proyecto intelectual y político de Mariátegui había hecho posibles, y que Adler con su revista había sabido replicar.

Si la sección dedicada a examinar la experiencia peruana de los dos intelectuales asociados al momento Mariátegui de los años 1920 es la que mayor relevancia directa tiene para los lectores de Prismas, no por ello deja de revestir importancia fundamental el conjunto del libro para los que estudian la historia cultural e intelectual latinoamericana, europea, y judía en el siglo xx. Obra que combina el empleo de las herramientas de la antropología histórica y la historia cultural e intelectual en su sentido más rigurosamente académico con la libertad de reflexión que ofrece el ensayo de ideas y –de modo creciente en su último tramo– el libro de memorias, el sentido –y la importancia central– de Nuestra América reposa en la totalidad del libro, cuyo valor es mayor a la suma de sus partes (aun cuando cada una de ellas sea de por sí valiosa, como es el caso de la porción peruana de la segunda sección). Desde la reconstrucción minuciosa del entorno cultural en que se formaron sus bisabuelos y abuelos, en una pequeña población ubicada en la frontera entre Besarabia y Ucrania, hasta la evocación de la relación del propio autor con sus padres y abuelos y con los saberes y tradiciones que ellos transmitían, Nuestra América ofrece una historia cultural de la experiencia judía en el tránsito desde el Viejo Mundo al Nuevo, que ilumina aspectos fundamentales de esa experiencia, a la vez que plasma un sentido nuevo para lo americano y sus identidades, aquel de la América judía, tan central para una cabal comprensión de la experiencia americana como cualquiera de las Américas más comúnmente visitadas por el ensayo de interpretación americanista, fuera ella la “indo”, la “afro”, o la “euro” américa de la doxa.

Como es imposible cubrir en el espacio de una reseña toda la riqueza historiográfica, toda la original instigación intelectual, de este libro polifónico, nos limitamos a destacar algunos de los aspectos que más han llamado la atención en nuestra lectura. Primero, la propia estructura del libro que alterna y coteja espacios de experiencia distintos –por ejemplo, Rumania/Ucrania y Perú/Colombia– mientras simultáneamente avanza en el tiempo, hacia el presente desde el cual nacen las preguntas que le han dado origen. Los términos abstractos de Koselleck –espacio de experiencia y horizonte de expectativa– se infunden y transforman aquí mediante el contacto con la vivencia cruda, visceral, tangible, de la vida misma, en un relato que alterna los horrores de las masacres perpetradas por vecinos cristianos contra sus vecinos judíos, con los momentos de vitalidad y exuberancia que pudieron conocer jóvenes inquietos en países nuevos y ante la intimación de la utopía. Segundo, la anatomía del antisemitismo rumano de entreguerras que le permite, por un lado, colocar en su justa perspectiva a autores cuyo pasado mitificado llevó a una valoración imprecisa de su obra en épocas recientes –Mircea Eliade, por ejemplo, o Emil Cioran– y matizar, por otro lado, en forma persuasiva el argumento de Hannah Arendt acerca de “la banalidad del mal”, al observar que la burocratización del genocidio perpetrado por el nazismo no reemplazó al salvajismo de las masacres campesinas antisemitas perpetradas de forma brutal y directa por rufianes en absoluto “burocratizados”, sino que pudo convivir, y hasta solaparse en parte, con él. Tercero, la reconstrucción del mundo social y cultural de la pequeñísima colectividad judía en Colombia, y de los proyectos fallidos de Miguel Adler que, en ese contexto más difícil aun, parecen haber prolongado hasta los años 1930 y 1940 el ímpetu y la sensibilidad del momento mariateguiano, en las revistas Nuevo Mundo y Grancolombia, y en la editorial Nuevo Mundo. Cuarto, la interrogación al concepto mismo de “nación” que recorre el texto entero, y que aparece en relación con las opciones diversas y nunca fáciles que se presentaban a los protagonistas de la saga familiar narrada por el autor en este libro (y al autor mismo)
–Perú o Colombia o Chile o México o los Estados Unidos (las opciones americanas) o la Unión Soviética (la opción nacional-internacionalista) o Israel (la opción sionista)– y a la que el autor de La nación desdibujada[1] responde con “actitud zapatista”: “la nacionalidad es (también) de quien la trabaja” (p. 288). Fecundo en hallazgos históricos, y rico en hipótesis sugerentes que despiertan resonancias en el campo de la historia intelectual y también en otros campos, la escritura personal, sagaz, intuitiva de Lomnitz –que alcanza momentos de emotividad intensa en episodios como el de la pequeña Shura, dejada atrás en el cruce nocturno del río Dniéster–, ha sabido elaborar con Nuestra América un estudio académico y profundamente personal a la vez, que enriquece la historia intelectual latinoamericana con un trabajo de investigación cuya ambición y rigor en la acumulación de pruebas documentales no son menores que la perspicacia con que esas pruebas han sido obligadas a liberar sus múltiples y ambivalentes sentidos; y que sugiere perspectivas renovadas para un campo que corre a veces el riesgo de obturar demasiado, en aras del concepto y su historia, la vivencia desordenada y visceral, habitada por miedos, deseos y esperanzas, de los sujetos de carne y hueso que son, ineluctablemente, sus portadores, sus artífices y sus destinatarios, y a los cuales alude con precisión magistral el subtítulo: Utopía y persistencia de una familia judía.

Jorge Myers

Universidad Nacional de Quilmes / conicet



[1] Claudio Lomnitz, La nación desdibujada. México en trece ensayos, México, Malpaso Editorial, 2016.