Volver a Prismas, vol. 24, núm. 1, 2020

   Centro de Historia Intelectual 

 

 Reseñas

 

 

Javier Uriarte,

The Desertmakers. Travel, War, and the State in Latin America,

Nueva York, Routledge, 2020, 294 páginas

2020, el año que va a ser recordado en el mundo entero por lo que muchos consideran una guerra contra un enemigo invisible, por los debates en torno al lugar que debe ocupar el Estado en esa guerra y también por la imposibilidad de viajar que trae como consecuencia una guerra que, a diferencia de otras anteriores, debe librarse en la quietud, es también el año de publicación de The Desertmakers. Travel, War, and the State in Latin America. En este libro, Javier Uriarte analiza cómo los estados modernos latinoamericanos se forjaron, entre otras cosas, en las guerras: guerras de bandos visibles (aunque no del todo visibles ellas mismas), que su autor lee en los relatos de algunos viajeros que fueron sus testigos durante las últimas décadas del siglo xix.

Para ello, propone una primera hipótesis, que atraviesa y sostiene el libro y alienta el movimiento por los textos de Richard Burton, William H. Hudson, Francisco Moreno y Euclides da Cunha: el desierto es algo que se hace. La propia palabra desierto porta este significado, como se comprueba en su etimología: desierto proviene del participio desertus, derivado de la forma verbal deserere (abandonar). Del mismo modo, en la frase que sirve de epígrafe a la Introducción, sostiene Tácito: “A arrasar, masacrar, usurpar bajo títulos falsos, lo llaman imperio; y cuando hacen un desierto, lo llaman paz” (p. 1).[1] Aquí, entonces, lo desierto es el resultado de una acción y no un punto de partida; más aun, es el resultado de una acción humana.

En 2010, Fermín Rodríguez ya había dado un paso fundamental en esta dirección con Un desierto para la nación al señalar (mediante la inversión de la formulación clásica de Tulio Halperin Donghi en Una nación para el desierto argentino) que el desierto es una construcción que precede a las naciones. Esta construcción supone un trabajo de la imaginación y consiste ante todo en la construcción de una percepción: que esa imaginación “se naturalice”, se convierta en ese sentido común que el libro de Javier Uriarte comienza por desarticular: no es así, dice, como siempre creímos, que el desierto ya estaba ahí, como un espacio vacío primordial sobre el que las naciones se desplegaron. Así, The Desertmakers puede situarse en la línea de los libros de Rodríguez y Halperin Donghi, a los que no discute sino que continúa. Si Halperin Donghi reflexiona sobre la conformación de la nación, y Fermín Rodríguez sobre los modos en que el desierto se imaginó y se escribió para que las naciones pudieran conformarse sobre él, Uriarte va a hacer hincapié en las prácticas concretas que acompañan esas escrituras e imaginaciones del desierto, que son, incluso, indisociables de ellas.

Entonces, este libro sustrae el desierto de la esfera de la naturaleza para ubicarlo en la esfera de la acción humana, y, más específicamente, de la acción conjunta del capital y el Estado, en un momento (y un espacio) para ambos de gran acción: la Latinoamérica de fines del siglo xix. En ese momento, que no es el de la formación de los estados nacionales sino el de su consolidación, el desierto se vuelve real: “las elites gobernantes construyen el desierto que imaginaron en el papel en las décadas anteriores, cuando –en algunos países– no estaban todavía en el poder” (p. 1). En ese sentido, la dimensión constructiva del hacer (que es, a la vez, abstracta y material, aunque el interés principal de este libro reside en los momentos de materialización de esa abstracción que es el Estado) tiene, en su reverso, procesos de destrucción que son igualmente importantes para la consolidación de los estados nacionales latinoamericanos. Y es allí donde ingresa la guerra, gran instrumento de la desertificación que, en el que quizá sea uno de los aportes más originales de este libro, Uriarte va a leer en relatos de viajeros. En efecto, los textos que trabaja Uriarte narran viajes a escenarios de Paraguay, Uruguay, Argentina y Brasil en los que está teniendo lugar o tuvo lugar recientemente una guerra.

No por casualidad se trata de los cuatro países involucrados en la Guerra del Paraguay, cuyos escenarios describe Richard Burton en sus Cartas desde los campos de batalla del Paraguay, texto analizado en el capítulo 1 de The Desertmakers. En los capítulos que siguen, se analizan La tierra purpúrea, de William H. Hudson, Viaje a la Patagonia Austral y Reminiscencias, del Perito Francisco Moreno y Os sertões, de Euclides da Cunha, que abordan respectivamente los conflictos civiles que tuvieron lugar en Uruguay en la década de 1860, la campaña al desierto de Argentina y la Guerra de Canudos en Brasil. Sin perder de vista a lo largo de su análisis las enormes diferencias no solo entre las guerras sino también entre los viajeros, Uriarte unifica el análisis y logra situar los cuatro textos bajo esta perspectiva: todos ellos refieren a guerras que han sido fundamentales, en tanto “desertificadoras”, en los procesos de modernización de los países involucrados, así como en los de consolidación de sus respectivos estados. En otras palabras, Uriarte avanza con cada texto y elige registrar lo que construye y destruye a su paso. De este modo, ninguno es subsumido bajo una idea general teórica, abstracta, preexistente. Por el contrario, de cada escrito captura su movimiento.

Así, en el reverso de los procesos constructivos que los estados y el capital emprenden, la guerra, gran desertificadora, será analizada a partir de sus efectos materiales y simbólicos en los espacios que toca: es por eso que Uriarte lee la guerra desde la perspectiva de cuatro viajeros. Guerra y viaje, considerados en tanto fenómenos espaciales, conforman un tándem sobre el que avanza el análisis: ¿cómo contribuye cada uno –y a la vez cómo lo hacen en la medida en que se relacionan– a los procesos de configuración
–destrucción/construcción– del espacio? Si guerra y viaje son dos de las grandes matrices metafóricas involucradas en la construcción de los estados nacionales, el objeto de este libro es estudiar los procesos materiales que subyacen a esas metáforas, que no son otros que los que menciona Tácito en el epígrafe: arrasar, masacrar, usurpar.

No de otro modo se produce la integración de las naciones latinoamericanas al orden global, posibilitada, con las variantes de cada caso, por la exportación de materias primas obtenidas de esos espacios que la guerra permitió ganar y desertificar y que el viaje permitió leer. En efecto, como señala Uriarte en la Introducción y como ilustra claramente el trabajo con los mapas que se incluyen a lo largo de los capítulos, la legibilidad de los espacios es previa a su apropiación, y no anterior, como aquel sentido común al que me referí antes podría indicar.

Finalmente, si bien la noción de reterritorialización que proponen en Mil mesetas Gilles Deleuze y Félix Guattari tendió a ser más utilizada para estudiar las problemáticas espaciales de los procesos de modernización, Uriarte no deja de señalar que la modernización implica también una homogeneización del tiempo, esto es, una imposición violenta de un tiempo homogéneo, de la que también participan las guerras y los viajes. Fundamentalmente, la guerra va a implicar (y así será leída) a la vez finales y principios, procesos de construcción y destrucción. Los cuatro autores abordados dan cuenta de esta ambivalencia: registran las pérdidas provocadas por la guerra, pero esta nostalgia no es excluyente con la fe en el progreso que pregonan. En la misma línea puede leerse la recurrencia con que, en sus textos, aparecen las ruinas: formas del pasado en el presente que constituyen una de las marcas principales de la guerra sobre el espacio. En las ruinas prevalece la idea de destrucción, una destrucción que no es resultado del paso de los siglos sino una destrucción reciente, producto de la acción humana.

La importancia de las ruinas radica, pues, en que hacen visible la guerra. Y aquí aparece quizás uno de los aportes más interesantes de Uriarte, en la línea de lo que ya había anticipado en Entre el humo y la niebla. Guerra y cultura en América Latina, libro que compiló en 2016 junto con Felipe Martínez-Pinzón: la cuestión de la representación de la guerra. Si, por un lado, la guerra moderna acarrea grandes dificultades representativas, que se originan en parte en las dificultades que existen incluso para percibirla, al mismo tiempo, insiste en ser representada. En ese sentido, Uriarte propone que la guerra requiere y por lo tanto produce (hace) nuevas maneras de mirar y de nombrar. Uriarte lee, entonces, los textos de Richard Burton, William Hudson, Francisco Moreno y Euclides da Cunha también como espacios donde tiene lugar una lucha por decir esas guerras de las que estos viajeros son testigos pero que sin embargo parecen escapárseles: guerras que ante sus ojos se van volviendo inmateriales primero, invisibles después, para finalmente desaparecer en la paz establecida a fines del siglo xix.

Cerca del final de su recorrido, Uriarte dirá: “Este libro no es solo sobre guerra, masacres y exterminio sino también sobre resistencia” (p. 267). En efecto (y para eso fue necesario el recorrido), pueden percibirse ahora “presencias, palabras, acciones, signos, gestos sutiles, a veces casi imperceptibles que permanecen irreductibles” (p. 267), que no han conseguido ser apropiados, desaparecidos del todo. Entonces, en la medida en que echa luz sobre esas formas de permanencia y resistencia, tal vez este sea un libro profundamente necesario en un año en que la guerra vuelve como metáfora, como nombre posible para lo que no podemos ver pero necesitamos nombrar.

Lara Segade

Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de las Artes



[1] Todas las traducciones me pertenecen.