Volver a Prismas, vol. 24, núm. 1, 2020

   Centro de Historia Intelectual 

 

 Reseñas

 

Barbara Cassin (dir.), Jaime Labastida (coord.),

Vocabulario de las filosofías occidentales. Diccionario de los intraducibles,

México, Siglo xxi, 2018, 2 vols., 1856 páginas

Desde hace, al menos, treinta años, se viene observando en Francia un fenómeno editorial que parece no tener pausa: la publicación de diccionarios y enciclopedias sobre una serie de objetos y sujetos cada cual más diverso y creativo. Si bien, desde luego, esta avidez no solo es francesa (y allí están para corroborarlo, entre muchos otros, aquel interesante Diccionario del pensamiento alternativo publicado en 2008 o el más reciente y magnífico Iberconceptos, de inspiración koselleckiana), ha sido en suelo francés donde el apetito por codificar y, necesariamente, guarecer la estabilidad de un universo lexical en el interior de diferentes campos del saber, ha dado lugar a numerosos modelos de repertorio. En todo caso, siempre hay algo de objetivación nostálgica y operativa en esa decisión contable de medir, ordenar y actualizar el cuerpo de categorías de una disciplina bien pertrechada, de un saber más híbrido, o bien de una figura intelectual consagrada. Así pues, en los confines de aquel dilema parece cifrarse la naturaleza del extraordinario y monumental Vocabulaire européen des philosophies. Le Dictionnaire des intraduisibles, publicado en 2004 bajo la dirección de la filósofa francesa Barbara Cassin y traducido al castellano en 2018 con la lúcida coordinación del mexicano Jaime Labastida. Los términos empleados para titular esta obra quedan, en efecto, tensados por una confesión de intenciones entre aquello que es (un “vocabulario” provisorio de filosofías occidentales) y aquello que pretende ser (un “diccionario” lo más exhaustivo posible de términos intraducibles), zona de limes que la convierte en una empresa irremediablemente experimental e inacabada, rasgos muy saludables que nunca debería perder por numerosas que resulten, de aquí en más, sus futuras ediciones aumentadas. Ahora bien, ¿Qué es un “intraducible”?

Lejos de plantear un pasaje imposible de lenguas, este vocablo representa, en realidad, un exceso metafórico de traducción de aquellos conceptos filosóficos cuya idiosincrasia semántica en un idioma los convierte en objeto de frecuentes intentos de traslación a otro, sin que ninguno de ellos logre cumplir plenamente esta meta, de allí que, sumidos en aquella obstinación, estos términos funcionen, al decir de Cassin, como “síntomas”. La obra estudia, a través de 400 entradas de muy diferente extensión, más de 4000 palabras, expresiones y giros filosóficos en más de veinte lenguas a las que se les asigna, no obstante, una importancia desigual (hebreo, griego, árabe, latín, alemán, inglés, vasco, español, francés, italiano, noruego, portugués, ruso, sueco, ucraniano, danés, catalán, finés, húngaro, holandés, polaco y rumano). En primer lugar, el diccionario ofrece dos grandes tipos de entradas: por un lado, los términos filosóficos intraducibles, colocados, cuando así lo amerita el caso, en su lengua de origen, tales como “Alma”, “Bildung”, “Gender”, “Corso” o “Mímesis” y, por otro lado, las marcas de intraducibilidad filosófica que se desprenden de la historia interna de las lenguas exploradas, tales como “Alemán”, “Griego”, “Italiano” o “Ruso”. Todas estas entradas podrían funcionar a modo de un pequeño tratado puesto que no solo sopesan los diferentes grados de intraducibilidad, sino que se adentran en la propia tradición de sus empleos históricos. En segundo lugar, hay entradas más breves, pero no menos penetrantes, tales como “Doxa”, “Sensus communis”, “Torá” o “Vergüenza”. Luego, contamos con entradas fugaces y aun más breves, pero sumamente útiles para entrelazar redes terminológicas que conducen hacia todas las restantes, como “Persona”, “Referencia” o “Tiempo”. Y, por último, una serie de recuadros fuera de texto que recuperan un estudio de caso respecto de la entrada en que están insertos, tales como las diferencias entre “knowledge”, “saber” y “episteme” para la entrada “Epistemología”, o la manera de decir “cosa” en griego para la entrada “Res”. Por consiguiente, y ante semejante cartografía –si bien el camino más seguro es, y valga el oxímoron, perderse cual flâneur por esas sediciosas callejuelas babelianas–, podría ser útil para el lector emprender su derrotero con el término “Intraducción”: una suerte de metaentrada procedente de la versión brasileña que la edición española tuvo el excelente tino de incluir y mediante la cual el Vocabulario se mira y escruta a sí mismo. De tal modo, el diccionario se quiere una celebración de la traducción como genuina práctica militante, comparativa, transnacional y renuente frente a cualquier programa informático que pretenda automatizarla en un intento por combatir, y tal es la gran cruzada de Barbara Cassin, el uso hegemónico de un inglés simplificado que, merced a las estructuras adulteradas que le impone la comunidad internacional, suele impedir –mientras, al mismo tiempo, disputa– la visibilidad retórica de las demás lenguas. Pero también se presenta como una rehabilitación del papel que juegan los traductores tout court como mediadores necesarios en la transmisión de la diferencia cultural, una moción harto pertinente frente al injusto anonimato del que habitualmente son objeto. Si algo demuestra este gran diccionario es hasta qué punto todos aquellos que practicamos las ciencias humanas y sociales somos, si bien a escalas diferentes, hijos no reconocidos de las traducciones que leemos, de allí que, en esta obra y en un acto de verdadera equidad intelectual, se haya reservado con total naturalidad una lista propia para los nombres de los excelentes traductores junto a otra y similar destinada a los autores. El diccionario publicado por Siglo xxi de México no solo es, según Labastida, la traducción (casi) completa del original francés,[1] sino una “adaptación” que, además, incluye una serie de entradas y recuadros explicativos especialmente escritos para esta versión junto con casi todos los textos agregados por las ediciones ya publicadas en inglés y portugués.[2] Por ende, lo que comenzó siendo un Vocabulaire européen des philosophies. Le Dictionnaire des intraduisibles, en inglés pasó a titularse Dictionary of Untranslatables. A Philosophical Lexicon (2014), en portugués Dicionário dos intraduzíveis. Um vocabulário das filosofias (2018) para, finalmente, recuperar en español la preeminencia del “vocabulario”, pero extendido a todo Occidente y no solo al mundo europeo (situación que, como vemos, las dos versiones ya traducidas, extrañamente o no, omiten). Sin embargo, el lector de este diccionario debe saber que, pese a ello, se encuentra ante una obra de innegable factura francesa, es decir, ante la traducción de un diccionario de intraducibles. Y es esta doble situación la que despierta algunos interrogantes.

El primero de ellos está vinculado con una ilusión de simetría que se opera entre el francés del Vocabulaire y su versión traducida en el Vocabulario, en particular, cuando la obra original registra peculiaridades o dificultades de intraducibilidad filosófica en algunos términos de lengua francesa, términos que, al ofrecer una traducción literal de sus entradas, se apropian como dificultades equivalentes en nuestro idioma, una transparencia que solo parece sostenerse en la analogía gráfica y la historia semántica que como lenguas romances ambas puedan compartir, pero que, inevitablemente, desatiende la experiencia material que trasunta cada signo cuando se traslada a un contexto cultural diferente como el español. Tal es lo que ocurre, por ejemplo, con la entrada “Deber”, traducción de “Devoir”: las posibilidades de intraducción de la palabra solo consignan sus variaciones en lengua francesa, italiana, inglesa y alemana sin que el español tenga un lugar allí. En otros casos como “Chiste”, la explicación pierde una parte de su efecto histórico puesto que remite enteramente al original “Mot d’esprit”, término que, tal vez, hubiera sido más razonable conservar en francés. En este aspecto, el Vocabulario sigue siendo una obra claramente situada que responde a intereses, preocupaciones y envíos bibliográficos propios del Vocabulaire, cuestión que se quiere tal vez inevitable, pero no menos paradójica, sobre todo para un diccionario que rastrea la problemática multicultural de lo que no cesa de traducirse. Esto también sucede, por ejemplo, con la entrada “Barroco”, traducción literal de la original francesa en cuyo contenido no se alude a los términos intraducibles que puedan alojar las importantes tradiciones barroca o neobarroca española e hispanoamericana. El lector sí encontrará en la entrada “Concetto” un recuadro especialmente escrito para esta versión consagrado al conceptismo en Gracián y Quevedo. Pero esta ilusión de simetría provoca otra consecuencia en aquellos términos que el Vocabulaire incluye en español, tales como “Acedia”, “Desengaño” o “Duende”. Tras desembarcar en el Vocabulario, estos vocablos pierden parte del estatuto de intraducible que originalmente tenían en el Vocabulaire, indistinción que, al no aclarar que se presentó en español en el original, diluye la razón de su presencia en el Vocabulario. Por ese motivo, en esta edición son pocas las entradas cuyos intraducibles se han mantenido en francés (“Goût” es uno de ellos), criterio que termina dándole a esta lengua un efecto de neutralidad o inmanencia ciertamente no deseado.

Podríamos hacer una observación inversa respecto de las entradas que sí fueron renovadas para esta versión. Tal es el caso de “Español, Castellano”. Mientras que en la versión francesa la entrada “Espagnol” se concentra en aquella diferencia tan propia de nuestra lengua entre los verbos “ser” y “estar” así como en algunos de sus efectos filosóficos en Heidegger o en Xavier de Zubiri, la edición española elimina esa entrada y la reemplaza por otra que cambia por completo la problemática: la diferencia entre el “español” y el “castellano”. Este tipo de sustitución presupone que el público hispanoamericano atiende a intereses que no se corresponden con los desafíos específicos que la lengua española le impone a la cultura francesa, algo que, sin dudas, es así, pero que se revela discordante cuando la versión española reproduce íntegramente la edición original sin mayores añadidos. Cabe preguntarse cuál es el propósito de penetrar en aquello que Voltaire acuñó como “mismidad” al procurar un contenido local y familiar para cualquier lector culto de habla española tras abandonar la perspectiva en alteridad que brindaban las entradas francesas. Y allí tenemos, en suma, los dos extremos posibles de una disyuntiva difícil de resolver que no solo está sujeta a un criterio de mera decisión lingüística, sino a la forma de operar un equilibrio que le proporcione a los lectores del Vocabulario una sólida herramienta científica (algo que, sin duda, ya es) sin que por ello pierda su identidad el proyecto original de Cassin, creado, en su origen, para un público francés. En este sentido, un estudio preliminar un poco más exhaustivo quizás hubiera ayudado a problematizar estas cuestiones.

Otro orden de interrogantes lo plantea el tipo de criterio que se utilizó para incluir nuevas voces que le dieran al Vocabulario un asiento más local. Cualquiera sea la versión que consultemos, el proyecto de Cassin (cuyo origen se remonta a mediados de los años 1990) responde a una idea de filosofía avezada por un paradigma multicultural y posmoderno, es decir, sensible a las prácticas deconstructivistas y decoloniales, a la relevancia hermenéutica del psicoanálisis y al valor estético de la literatura, del lenguaje como entidad autárquica y de la filosofía como instrumento ideológico, una apertura que sigue llevando la impronta de aquellos tiempos y que ha permitido concebir entradas para conceptos que trascienden el mero ámbito disciplinar. También es innegable que la especificidad filosófica del Vocabulario se advierte, por así decirlo, más controlada al indagar términos de origen francés o alemán, latino o griego como “Conciencia”, “Wert”, “Intellectus” o “Praxis”, vigilancia que, cuando incluye voces en otras lenguas, pierden estas buena parte de su polifonía etimológica y filológica en pos de un análisis de corte más cultural, político o social, tal como ocurre con “Agency”, “Civil Rights”, “Vergüenza” y con todas las entradas incorporadas por la versión española. Esta plasticidad en el escrutinio de los intraducibles (que aleja el Vocabulario aun más de un diccionario clásico como el de Ferrater Mora), es la que permite que la versión española albergue términos oportunos como “Populismo” o “Memoria colectiva, Memoria social” que, de otro modo, se verían más propicios para una edición actualizada del no menos clásico Diccionario de ciencias sociales y políticas de Torcuato Di Tella. Y es por ello que la versión mexicana tampoco deja de ser una obra situada y recorrida por un cierto presentismo político: no solo por el sesgo de las nuevas entradas, sino también porque, así como la edición en inglés es, en realidad, norteamericana y la versión en portugués se pergeñó en Brasil, esta versión española es de clara cosecha latinoamericana, algo netamente perceptible en la elección de nuevas entradas como “Indio” o “Invención de América y el problema del otro”, esta última, de clara inspiración ogormaniana. En todo caso, no son estas más que observaciones e interrogantes que no obliteran en absoluto una obra señera cuyo impacto se adivina sumamente prometedor. Se trata de un esfuerzo ciclópeo y admirable tanto por su producción y logística como por su pericia en la traducción de cualquier versión que consultemos: toda una epopeya necesaria para una época como la nuestra en que las Humanidades continúan resistiendo el hostil acecho de una sociedad que, como ha señalado Nuccio Ordine, no encuentra en ellas ninguna utilidad. La continuidad del proyecto de Cassin, en fin, permitirá que el Vocabulario se convierta en una pieza clave en aras de una comprensión más precisa, acabada y honesta de una cultura occidental que todavía no se atreve a reconocer en qué medida, siguiendo a Dipesh Chakrabarty, ya se ha “provincializado”.

Andrés G. Freijomil

Universidad Nacional de General Sarmiento



[1] Por alguna extraña razón las entradas del original francés “Coloris, Couleur”, “Économie” y “Pitié/Pieté” no figuran en la versión castellana. Tampoco fue traducida la entrada “Rien/Néant” a pesar de que, al iniciar la obra, “Nada” se anuncia como un ejemplo de entrada en el “Modo de empleo”.

 

[2] La presente edición incluye seis nuevas entradas: “Indio”, “Invención de América y el problema del otro”, “Memoria colectiva-Memoria social”, “Mestizaje-Heterogeneidad-Transculturación-Hibridez”, “Panhispanismo” y “Populismo”. Asimismo, se han recuperado dos entradas de la versión norteamericana (“Prójimo-Vecino” y “Securitas”), una del primer volumen de la versión brasileña (“Intraducción”) y otras dos de la obra colectiva dirigida por Barbara Cassin Philosopher en langues. Les intraduisibles en traduction (París, Éditions Rue d’Ulm, 2014). Se trata del término hebreo “Erev Rav” (mezcla o mezcolanza) y del árabe “Šarī’a” (ley o vía). Nada de esto se señala en el paratexto de la obra.